Pero no es menos cierto que, por más reprobables que sean per se, tanto un crimen como una úlcera pueden tener infinitos grados de mérito en relación con otros individuos de su misma clase. Ambos son, en verdad, imperfecciones, pero como su esencia es ser imperfectos, la grandeza misma de su imperfección se vuelve una perfección [...] Ya hemos dado lo suficiente a la moralidad: ha llegado la hora del buen gusto y de las Bellas Artes.
El asesinato considerado como una de las bellas artes. Thomas De Quincey, 1827
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¿Sherlock Holmes realizaba verdaderas deducciones? ¿Fue Chesterton un continuador o un innovador? En este artículo ensayaremos una reflexión sobre el género policiaco desde la lógica formal.
El placer del crimen literario
¿Por qué disfrutamos de los crímenes literarios? ¿Qué nos atrae de la investigación de esos complicados enigmas a la sombra de la muerte? ¿Qué empuja a personas corrientes -de cuya recta moral y costumbres apacibles no habría, en principio, por qué dudar- a disfrutar tanto de los misterios policiales?
Revisamos los trazos clásicos de la novela detectivesca británica, que vivió una verdadera edad de oro en la primera mitad del siglo XX y que hoy parece algo olvidada. Sirvan estas líneas de reivindicación de una época y un estilo tanto como de recreación de algunos de sus hitos fundamentales
Borges y la narración policial (I)
Dedicó ensayos al cuento policial, a Poe y a Chesterton. Las referencias a estos dos autores ―así como de Wilkie Collins y Conan Doyle― son abundantes a lo largo de toda su obra. Nos dejó asimismo un poema memorable en honor a Sherlock Holmes.
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[2] Harriet Vane es un personaje recurrente en las novelas de Sayers. Sospechosa primero, colaboradora después y, finalmente, prometida y esposa del investigador principal de la autora, Lord Peter Wimsey, aparece por primera vez en Strong Poison (1930) y volverá a concurrir en tres ocasiones más, Have his Carcase (1932), Gaudy Nights (1935) y Busman´s Honeymoon (1937).
[1] Como bien ha señalado en alguna ocasión F. Savater, convendría aclarar por qué son precisamente los rasgos típicos del realismo los criterios por los que estimar una obra literaria y no otros cualesquiera. Cabe destacar, por cierto, que este paradigma valorativo ―pintura de caracteres/pintura de costumbres― relegaría obligatoriamente a un segundo término a autores como Ovidio, Chrétien, Sterne o Stevenson, por aducir algunos ejemplos ilustres.
[5] Adaptada por Alfred Hitchcock bajo el nombre de Inocencia y juventud (Young and Inocent, 1937), recientemente ha sido editada en castellano por la editorial Hoja de Lata, a quienes les debemos agradecer el esfuerzo que están hacien por rescatar del olvido otras magníficas obras de la misma autora como Patrick ha vuelto (Brat Farrar, 1949), El caso de Betty Kane (The Franchise Affair, 1948) y La señorita Pym dispone (Miss Pym disposes, 1946).
[4] Una de ellas, La hija del tiempo (The Daughter of Time, 1951), fue considerada como la mejor novela de misterio de todos los tiempos en 1990 por la Crime Writers’ Association.
[3] La novela nace de la participación de la pareja de primos en un concurso literario promovido por la revista mensual McClure’s. Decidieron usar como seudónimo, a falta de otro mejor, el nombre de su investigador aficionado. Así, y durante más de treinta años, Ellery Queen fue tanto el alias bajo el que firmaban los autores como el nombre del personaje fundamental de sus novelas. Por supuesto, ganaron el premio.
[2] Borges llegará a afirmar: «El asesinato es una especialidad de las letras británicas». («Portrait of a Scoundrell, de Eden Phillpotts» publicado en El Hogar 30/9/1938)
[1] Estrenada en 1952, ha sido representada en Londres ininterrumpidamente hasta nuestros días. El 12 de octubre de 2019 se alcanzaron las 28.000 representaciones. Se trata, con diferencia, de la obra más representada de la historia del West End y una de las más longevas de la historia del teatro.
[1] Cuando nace la novela detectivesca, sus autores no tardan en dar rienda suelta a su pulsión bibliófila mezclando en el mundo de sus misterios intrigas relacionadas con la letra impresa. Ya saben, coleccionistas y cazadores de tesoros en forma de libros únicos o antiquísimos, ediciones raras por las que se llega a asesinar, extrañas conspiraciones… Nació así el subgénero llamado bibliomistery, que nos ha legado obras maestras ―El maestro del juicio final, El nombre de la rosa o El club Dumas― y bestsellers millonarios celebrados en todo el mundo como El código Da Vinci y La sombra del viento. La editorial Espuela de Plata se ha puesto a la tarea de rescatar algunos volúmenes olvidados de este apasionante estilo. Estupenda noticia. Siguiendo esta línea, sacaron en 2017 Libros peligrosos y en 2019 El exlibris de Colfax.
Agatha Christie
(Torquay 1890 – Wallingford 1976)
Poco se puede añadir de esta celebérrima autora de obra descomunal y éxito inigualable. Durante seis décadas inundó las librerías y quioscos con crímenes literarios que hicieron las delicias del público más variopinto: entre sus admiradores están desde Sigmund Freud hasta la reina de Inglaterra. En el ámbito hispánico, la editorial Molino la introdujo en todas nuestras casas, con aquel formato en blanco de portadas escalofriantes. Por si no hubiera tenido suficiente con haber vendido novelas más que nadie, sus obras de teatro, también policiacas, se cuentan entre las más longevas de la historia de las tablas: The Mousetrap lleva en cartel desde 1952 y ha alcanzado las treinta mil representaciones.
Millones de lectores en todo el mundo consideran a Hercule Poirot y Jane Marple entre los más allegados de sus parientes. El asesinato de Roger Akroyd (The Murder of Roger Ackroyd, 1926), Diez negritos (Ten Little Niggers, 1939), Asesinato en el Orient Expres (Murder on the Orient Express, 1934) son obras maestras del género indiscutibles. Nos hallamos ante una producción vasta y variada, que recorre todos los ambientes y agota las técnicas de la ficción policial. Sus novelas de posguerra, como Cinco cerditos (Five Little Pigs, 1942), son de una tristeza desoladora y bellísima. En los últimos tiempos, exploró nuevas posibilidades narrativas dentro del género, como en Noche eterna (Endless Night, 1967) o Telón (Curtain, 1975).
Aún hay lectores pomposos que tratan a Agatha Christie con condescendencia, como si fuera literatura de segunda fila. Estamos convencidos de que ese juicio es, sencillamente, obtuso.
Michael Innes
(Edimburgo 1906 – Londres 1994)
Nacido John Innes Mackintosh Stewart, fue un afamado crítico literario escocés. Se formó en Oxford y trabajó en las universidades de Leeds, Adelaida, Belfast y, finalmente, en la Christ Church de Oxford. Escribió notables ensayos sobre Joyce, Kipling, Conrad, Thomas Hardy y Shakespeare.
Con el nombre de Michael Innes compuso cerca de cincuenta volúmenes policíacos, entre novelas y colecciones de relatos. Consideraba esta producción literaria como un divertimento, un juego meritorio, interesante y divertido. Buscó siempre la originalidad y la brillantez antes que la comercialidad superflua. Junto a Nicholas Blake o Dorothy L. Sayers, fue uno de los pioneros en intentar dotar al género de una pátina intelectual no carente de ironía. La erudición y el ambiente académico pasan a un primer plano en muchas de sus páginas. En ocasiones, la trama detectivesca se convierte en mera excusa para trazar introspecciones psicológicas o digresiones eruditas. Algunos de sus volúmenes resultan, por eso mismo, de una complejidad inusual. No por ello constituyen necesariamente sus mejores novelas. Cuando esto ocurre, la pedantería y el ritmo moroso pueden llegar a dificultar el disfrute de la trama.
En cualquier caso, novelas como La torre y la muerte (Lament for a Maker, 1938) son obras maestras fundamentales del género. Esta última, elogiada por Borges y Bioy Casares, es un magistral ejemplo de perspectivismo narrativo, pintura de caracteres y evocación de un paisaje y un tiempo. Otras de sus obras notables fueron Hamlet, venganza (Hamlet, Revenge!, 1937), Que paren las máquinas (Stop Press, 1939) o El nuevo libro de Sonia (The New Sonia Wayward, 1960).
[2] Ejemplo tomado de Introducción a la lógica formal de A. Deaño.
[3] Ejemplo tomado de Primeros analíticos de Aristóteles.
[10] En Las paradojas de mr. Pond, dio una definición tan brillante como insatisfactoria del recurso a la contradicción: «La paradoja ha sido definida como “la verdad puesta cabeza abajo para llamar la atención”. Se ha dado en vindicar la paradoja, aduciendo que si hay tantísimas falacias aceptadas que siguen inalterablemente en pie, se debe a que carecen de cabeza sobre la cual pudieran hacer el pino».
[9] También se dejaron fascinar por esta idea Lao Tse, Goethe, los autores del Rig Veda y, a su manera, Luis Eduardo Cirlot.
[8] Cada una de las piezas de la Saga del Padre Brown presenta un misterio, propone explicaciones de tipo demoníaco o mágico y las reemplaza, al fin, con otras que son de este mundo (…) Esa discordia, esa precaria sujeción de una voluntad demoníaca, definen la naturaleza de Chesterton. Emblemas de esa guerra son para mí las aventuras del Padre Brown, cada una de las cuales quiere explicar, mediante la sola razón, un hecho inexplicable. (J. L Borges, «Sobre Chesterton» en Otras inquisiciones).
[7] Sus historias fueron recogidas en cinco volúmenes: El candor del padre Brown (The Innocence of Father Brown, 1911), La sabiduría del padre Brown (The Wisdom of Father Brown, 1914), La incredulidad del padre Brown (The Incredulity of Father Brown, 1926), El secreto del padre Brown (The Secret of Father Brown, 1927) y El escándalo del padre Brown (The Scandal of Father Brown, 1935).
[6] «Deducción, inducción e hipótesis» de Ch. Peirce; véase también Fronteras permeables. Ciencias sociales y literatura de José María Pérez Collados.
[5] Ejemplo sacado de Estudios sobre la lógica de la confirmación de C. Hempel
[4] Un argumento inductivo es fuerte cuando es altamente improbable que de las premisas no se siga una conclusión válida. Se afirma, por ejemplo, que fumar provoca cáncer cuando se han observado suficientes casos como para eliminar que la asociación entre el tabaco y el tumor sea puramente casual.
[1] «Introducción a El candor del padre Brown», J. Rafael Hernández Arias, Valdemar, 2000.
[2] También exploraron la posibilidad del detective inmóvil Borges y Bioy Casares cuando alumbraron al encarcelado investigador Isidro Parodi, prodigio de la racionalidad pura y la ironía (Seis problemas para Isidro Parodi, 1942), e Isaac Asimov, cuyo dr. Urth, experto en vida extraterrestre, apenas sale de su casa y mucho menos de su planeta (Estoy en Puertomarte sin Hilda, 1968, en el original Asimov’s Mysteries).
[1] En 1990 fue votada como la mejor novela policiaca de todos los tiempos por la Crime Writer’s Association.
Phyllis Dorothy James
Conocida mundialmente como P. D. James, nació en Oxford en 1920 y murió en su ciudad natal en 2014. En 1941 se casó con un médico y se dedicó al cuidado de sus dos hijas. Cuando ingresaron a su marido en una institución debido a los estragos de la guerra, P. D. James comenzó a trabajar y a escribir. De 1968 a 1979 ocupó un puesto en la Administración, en el departamento de Criminología del Ministerio de Asuntos Exteriores, hasta que por fin pudo dedicarse plenamente a la escritura. Es una de las más brillantes continuadoras de la literatura de misterio de la Golden Age.
Las obras más conocidas de P.D. James pertenecen al género de la novela policiaca, y están protagonizadas por el inspector de Scotland Yard, Adam Dalgliesh: Un impulso criminal (A Mind to Murder, 1963), Muertes poco naturales (Unnatural Causes, 1967), Mortaja para un ruiseñor (Shroud for a Nightingale, 1971), Muerte de un forense (Death of an Expert Witness, 1977) e Intrigas y deseos (Devices and Desires, 1989). También creó el personaje de Cordelia Gray, investigadora privada que aparece en las novelas: No apto para mujeres (An Unsuitable Job for a Woman, 1972) y La calavera bajo la piel (The Skull Beneath the Skin, 1982). Con la publicación de Sangre inocente (Innocent Blood, 1980), su octava novela, P. D. James saltó al panorama literario internacional. Desde entonces, ganó multitud de premios. La fama de la autora y de su detective crecieron cuando varias de sus obras se adaptaron a una serie de televisión. En su tierra, se ganó la reputación de Reina de la novela negra y recibió la Orden del Imperio Británico además de una baronía que le procuró un escaño vitalicio en la Cámara de los Lores.
La obra de P. D. James ofrece todo lo que la autora encuentra en los autores que más admira del género. Sus tramas son originales y emocionantes, convergiendo en ocasiones con el thriller. Tanto el lugar, uno de los elementos que en mayor medida ha contribuido a su inspiración, como el hallazgo del cuerpo y el propio cadáver, son siempre descrito con increíble viveza. Su escritura, cuya referencia estilística es la narrativa de Jane Austen, goza de gran calidad literaria. Dispone de un protagonista interesante, el detective y poeta Adam Dalgliesh. Y, lo más importante, la autora consigue introducir al lector en el mundo personal que ha creado.
P. D. James se propuso utilizar el rígido armazón de las novelas policiales para luego subvertir sus convenciones. Su intención era articular un relato veraz sobre la sociedad moderna, centrada en el Reino Unido. Y su principal objetivo, contribuir a desvelar la verdad sobre la condición humana mediante la creación de personajes que no son nítidamente malos o buenos.
S. S. Van Dine
(1888 – 1939)
Nacido Willard Huntington Wright, fue un crítico de arte y novelista estadounidense. Cuando en 1923 enfermó por su secreta adicción a las drogas, tal vez debido al estrés que le producía su trabajo, su médico lo confinó en cama. Frustrado y aburrido, comenzó a coleccionar y estudiar miles de volúmenes de crimen y detección. Eso dio como resultado su primera novela, El crimen de Benson (The Benson Murder Case, 1926). Destacan también El caso del crimen de la Canario (The Canary Murder Case, 1927) y El caso de los asesinatos del obispo (The Bishop Murder Case, 1929). En 1928, S. S. Van Dine, publicó en la American Magazine veinte reglas que creía ineludibles y estimulantes a la hora de escribir un relato policial.
Creó el personaje del detective Philo Vance, que apareció en doce novelas entre 1926 y 1939 y posteriormente en películas y radio. Descrito por su autor como un aristócrata de nacimiento, culto y refinado, que detesta la vulgaridad y al mal gusto casi tanto como la estupidez, Vance es un espectador penetrante y agudo de la vida que se interesa por las reacciones humanas como científico y no como filántropo. Entre cínico y jovial, posee conocimientos bastante precisos de los principios de la psicología y ha recibido formación en diversas ciencias naturales y humanas. Su mente es fundamentalmente filosófica, pues va más allá de las apariencias, penetrando en las motivaciones y los deseos de los hombres, a veces inconscientes.
En algunas de sus novelas se discute explícitamente sobre el método de investigación criminal más adecuado, priorizando la deducción racional y el análisis psicológico de los sospechosos sobre la supuesta evidencia de las pruebas materiales, que siempre pueden haber sido dispuestas a voluntad por una inteligencia criminal. No todas sus historias carecen de acción, pero siempre se hace hincapié en la teoría. En ocasiones los personajes son eminencias intelectuales y los diálogos, no por ellos carentes de fluidez, están salpicados de profundas disquisiciones sobre diversos ámbitos de conocimiento.
Sus obras maestras obtuvieron un éxito indiscutible y ejerció una clara influencia sobre los autores posteriores de la Golden Age.
Patrick Quentin
Es el marchamo bajo el que firmaron los autores Hugh Callingham Wheeler (1912 – 1987) y Richard Wilson Webb (1901 – 1966), dos británicos afincados en los Estados Unidos y dedicados a escribir obras teatrales en Broadway y guiones cinematográficos.
Su colaboración como novelistas policíacos data de 1936 y llega hasta los años sesenta. Su estilo es realista y psicológicamente complejo. En sus novelas abundan los personajes obsesivos y neuróticos. Sobre todos ellos destaca Peter Duluth, director teatral de Broadway, excombatiente y alcohólico, protagonista de una decena de sus volúmenes. Su estilo abrió el camino para autores como John Franklin Bardin o Patricia Highsmith, especialmente interesados por las personalidades criminales morbosas y por la manipulación psicológica.
Sus primeros títulos ―Enigma para tontos (Puzzle for Fools, 1936), Enigma para actores (Puzzle for Players, 1938), Enigma para fantoches (Puzzle for Puppets, 1944), Enigma para divorciadas (Puzzle for Wantons, 1945), Enigma para demonios (Puzzle for Fiends, 1946), Enigma para peregrinos (Puzzle for Pilgrims, 1947)― resultan sin duda piezas interesantísimas que merecerían recobrar el prestigio y el reconocimiento del público.
Ngaio Marsh
(Nueva Zelanda 1895 –1982)
Vivió a caballo entre el Reino Unido y Nueva Zelanda. Estudió pintura y se dedicó buena parte de su vida al teatro, primero como actriz y más tarde como directora en agrupaciones como Canterbury University College Drama Society o The New Zealand Players, esta última una de las primeras compañías profesionales del país.
Escribió treinta y dos novelas policíacas, todas de ritmo muy ágil, de fácil lectura y de gran éxito comercial. En ellas abundan los asesinatos espectaculares, las persecuciones y las tramas enrevesadas. Sus diálogos vívidos y la caracterización de los personajes ―siempre rápida e impecable― pueden deberse a que su pasión por las tablas marcó también su producción novelesca.
Entre sus obras destacan los policiales ambientados en el teatro como Un asesino en escena (Enter a Murderer, 1935) o Noche de estreno (Opening Night, 1951).
Josephine Tey
(Inverness 1896 – Londres 1952)
Nacida Elizabeth Mackintosh, estudió en la universidad de Birmingham y trabajó como profesora de Educación Física antes de dedicarse en exclusiva a la literatura. Escribió teatro con escaso éxito bajo el seudónimo de Gordon Daviot, aunque una de sus obras, Richard de Bordeaux, de carácter histórico, recabó buenas críticas y estuvo en cartel catorce semanas en el New Theatre de Londres.
Escribió ocho novelas detectivescas, todas de una calidad excepcional. En seis de ellas el protagonista es el inspector Alan Grant. Huyó de los tópicos detectivescos de moda en la época. Grant se equivoca a menudo. Es un policía inteligente y observador de carne y hueso que carece de excentricidades y que no resuelve sus casos declamando sonoros versos a la luna. Bajo las narraciones de Tey late la obsesión de destapar los sucesivos velos de falsedad que esconden los actos y las motivaciones de las personas. Su estilo es conciso, pero siempre elegante.
Entre sus obras destacan Un chelín para velas (A Shilling for Candles, 1936), que Hitchcock adaptó en su película Inocencia y juventud (Young and Innocent, 1937) o Brat Farrar (Brat Farrar, 1949). Su obra más célebre, La hija del tiempo (The Daughter of Time, 1951), fue elegida en 1990 como la mejor novela policíaca de todos los tiempos por la Crime Writers’ Association. Se trata de un magnífico policial retrospectivo en el que Grant, postrado en la cama de un hospital, resuelve un crimen acaecido quinientos años atrás.
Ellery Queen
Es el seudónimo bajo el cual publicaron sus obras comunes dos escritores estadounidenses, Frederic Dannay (1905-1982) y su primo Manfred Bennington Lee (1905-1971). Es también el nombre del protagonista de muchas de sus novelas y relatos, un escritor de literatura policíaca que ayuda a la policía de Nueva York a resolver casos de asesinatos. Trabajaron como guionistas para el cine y la televisión.
Con una amplia producción personal entre 1929 y 1970, a partir de 1961 autorizaron y patrocinaron multitud de obras bajo el sello Ellery Queen en las que no aparecía el personaje que lleva este nombre. También publicaron novelas bajo el seudónimo Barnaby Ross. Destaca la serie de novelas cuyos títulos incluyen gentilicios, como El misterio del sombrero de copa (The Roman Hat Mystery, 1929) El misterio de la cruz egipcia (The Egyptian Cross Mystery, 1932) o El misterio de los hermanos siameses (The Siamese Twin Mystery, 1933).
Claramente inspirado en el detective aficionado Philo Vance, creado por S.S. Van Dine, Ellery Queen hace gala de buen gusto, distanciamiento y sentido del humor. Resuelve sus casos generalmente con ayuda de su padre, el inspector Richard Queen, de la Brigada de Homicidios neoyorquina, constituyendo una pareja entrañable y cómica. Sus novelas suelen contener elementos característicos, como la señal en el cadáver, el típico esfuerzo del moribundo por apuntar al asesino; o el desafío al lector, con el que los autores, hacia el final de la novela, rompen la cuarta pared para involucrar al lector en la resolución del caso, dejando constancia de que ya se han introducido todas las pistas necesarias. De hecho, los autores Dannay y Lee suelen jugar limpio, ateniéndose a las reglas de la novela policial. Solo después de un estricto ejercicio de lógica deductiva el protagonista proporciona la solución final. Algunos de sus misterios se aproximan al tópico de «la habitación cerrada». Es una línea constante la introducción de elementos religiosos y terroríficos y las evocaciones de un pasado que regresa lleno de rencor para vengarse.
Edmund Crispin
(Buckinhamshire 1921 – Week 1976)
Es el seudónimo bajo el que escribió novelas policíacas Robert Bruce Montgomery. Graduado en Oxford, fue organista y maestro de coro allí durante dos años. Amigo personal de Phillip Larkin y Kingsley Amis, compuso las bandas sonoras de más de cuarenta películas en los años cincuenta y sesenta.
Culto, perezoso y de gustos refinados, empezó a escribir policiales en los años cuarenta, siendo así uno de los más brillantes epígonos de la Golden Age. Su estilo es ágil y estilísticamente impecable. Combina la ironía con la erudición; las tramas fantásticas con las soluciones más imaginativas; el gamberrismo elegante con las descripciones más bellas y cuidadas. Inventó al más sorprendente de los detectives, Gervase Fen, profesor de Literatura oxoniense excéntrico, despistado, voluntarioso y lunático.
Le debemos nueve novelas que son nueve obras maestras. Entre ellas, la más conocida es La juguetería errante (The Moving Toyshop, 1946).
Anthony Gilbert
(Londres 1899 – 1973)
Es uno de los seudónimos de Lucy Beatrice Malleson, también conocida como J. Kilmeny Keith y Anne Meredith. Hija de un agente de bolsa que se arruinó en la Primera Guerra Mundial, a los diecisiete años ya trabajaba como secretaria y empezaba a publicar versos y cuentos en revistas como Punch y a escribir novelas policíacas que eran rechazadas por los editores o por el público. Convencida de que la causa de su fracaso eran los prejuicios de género, decidió firmar como Anthony Gilbert. Finalmente, logró el éxito con The Tragedy at Freyne en 1927. Fue secretaria del Detection Club, fundado en 1932 con G. K. Chesterton como presidente. En 1940 publicó una autobiografía titulada Three-a-Penny.
Firmando como Anne Meredith, en Retrato de un asesino (1934) ―publicada recientemente por Alba Editorial― la autora le da la vuelta a la clásica fórmula detectivesca al desvelar la identidad del criminal en las primeras páginas. En 1936, de nuevo como Anthony Gilbert, creó en Murder by Experts el personaje Arthur Cook, que se convertiría en el protagonista de más de cincuenta novelas ―la última de ellas publicada póstumamente en 1974― y de radiodramas para la BBC.
Arthur Crook, un abogado londinense cínico y vulgar, se halla deliberadamente en las antípodas de los sofisticados detectives que dominaban el ámbito del misterio por aquella época, como Lord Peter Wimsey y Philo Vance. Su máxima es que el cliente siempre tiene la razón. En lugar de analizar fríamente un caso, por lo general acomete una investigación apasionada, desprovista de tapujos y de dudosa eticidad. Sus especialidades son desvelar los errores en las acusaciones de asesinato para limpiar la fachada de sus clientes y rescatar a mujeres en peligro. Las mejores obras de esta autora contienen un argumento inteligente y entretenido y están llenas de claves ocultas. Además, rebosan vitalidad, con descripciones detalladas del ambiente y una profundización excepcional en la psicología y en la apariencia de los personajes, especialmente de aquellos que han caído en desgracia.
Edmund Clerihew Bentley
(1875-1956)
Fue un famoso novelista y humorista inglés. Amigo de la infancia de G. K. Chesterton. Estudió en Oxford y trabajó en algunos periódicos, como el Daily Telegraph, y en la revista política semanal The Outlook. Escribió varias colecciones de poemas, dos novelas detectivescas y algunos relatos cortos. Fue presidente del Detection Club entre 1936 y 1949.
Su primera novela de misterio, El último caso de Philip Trent (Trent’s Last Case, 1913), es germinal de toda la tradición de la Golden Age. Una obra maestra indiscutible, que ha sido adaptada varias veces al cine. Veintitrés años después publicó una secuela, Philip Trent y el caso Trent (Trent’s Own Case, 1936). Escribió varias historias cortas con el mismo detective, recogidas bajo el título Trent Intervenes.
Sensible, divertido, elegante y culto, Philip Trent va a servir de molde para la creación de otros investigadores de la ficción detectivesca, como Philo Vance y Lord Peter Wimsey. En sus novelas se aprecian algunos rasgos de la literatura victoriana: prevalecen los conflictos sentimentales, hay consideraciones acerca del honor y del pudor y el narrador apela ocasionalmente al lector para ofrecer su apreciación personal acerca de algo. Destacan el interés de la trama, la penetración psicológica y moral, el atractivo de los personajes y los diálogos fluidos e inteligentes.
[4] «Reformulación escéptica del género policial en la obra de Jorge Luis Borges», de Bernat Castany Prado, Revista de estudios filológicos, N.º 11, 2006.
[1] La editorial argentina Emecé les encargaría esta tarea a partir de 1945. Solo los primeros ciento veinte volúmenes de la colección son obra de la selección de Borges y Bioy. Fue un gran éxito comercial, pese a las reticencias iniciales de la editorial.
[5] Casi la totalidad de los que componen Historia universal de la infamia; «El tema del traidor y el héroe», «La forma de la espada», «El milagro secreto», «El fin», «El jardín de los senderos que se bifurcan», «La muerte y la brújula» y «El Sur» en Ficciones; «El muerto», «Emma Zunz», «La casa de Asterión» y «Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto» en El Aleph, etc.
[3] «Es curioso constatar que en su país de origen, el género progresivamente se aparta del modelo intelectual que proponen las páginas de Poe y tiende a las violencias de lo erótico y lo sanguinario. Pensemos en Dashiell Hammet, en Raymond Chandler, en James Cain y en el justamente olvidad Erle Stanley Gardner. En Inglaterra, en cambio, es tradicional contrastar la atrocidad del crimen con el tranquilo ambiente rural o universitario en que lo sitúan». Bioy Casares, Adolfo – Borges, Jorge Luis, Los mejores cuentos policiales, vol. 2
[2] En otras ocasiones reiterará el aserto: «A falta de otras gracias que lo asistan, el cuento policial puede ser puramente policial. Puede prescindir de aventuras, de paisajes, de diálogos y hasta de caracteres; puede limitarse a un problema y a la iluminación de un problema […] En cambio, la novela policial tiene que ser otras cosas, si no quiere ser ilegible». (Borges, Jorge Luis, «Not to Be Taken de Anthony Berkeley» en El Hogar 13/8/1938). «Otro género que raras veces me parece justificado es la novela policial. En ella me incomodan la extensión y los inevitables ripios. Toda novela policial consta de un problema simplísimo, cuya perfecta exposición oral cabe en cinco minutos y que el novelista —perversamente— demora hasta que pasen trescientas páginas». (Borges, Jorge Luis, «Dos novelas policiales» en El Hogar 7/4/1938).
Dorothy L. Sayers
(Oxford 1893 – Witham 1957)
Se graduó en Oxford y fue de las primeras mujeres en hacerlo. Su especialidad fueron las lenguas clásicas y la literatura medieval. Tradujo al inglés con acierto la Divina Comedia y la Canción de Roldán. También escribió poemas, tratados teológicos y, en su juventud, anuncios publicitarios.
A su pluma se debe la creación del detective aristócrata por excelencia: Lord Peter Wimsey. Fue una escritora extraordinaria de estilo elegante y diálogos ingeniosos y sutiles. Sus novelas trascienden los límites de la ficción policiaca tradicional. El misterio del Bellona Club (The Unpleasantness at the Bellona Club, 1928) ahonda en el drama de los veteranos de la I Guerra Mundial. Los secretos de Oxford (Gaudy Nights, 1936) es el testimonio de toda una generación de mujeres universitarias, de sus dudas y dificultades. Los nueves sastres (The Nine Taylors, 1934) incluye un tratado sobre campanología y una exaltación de la vida en el campo. Y, a pesar de ello, se lee con gran placer. Dorothy Sayers es uno de los grandes nombres de la ficción detectivesca y legó al género un puñado de obras maestras indiscutibles.
John Dickson Carr
(1906-1977)
Fue un autor americano de novelas detectivescas que vivió buena parte de su vida en Inglaterra. Es una de las figuras más destacadas de la Golden Age de la literatura de misterio y su abundante obra pronto alcanzó el reconocimiento internacional. Publicó algunas novelas bajo los seudónimos Carter Dickson, Carr Dickson y Roger Fairbairn. Influido por Gaston Leroux y por las historias del padre Brown de G. K. Chesterton, se convirtió en el maestro del conocido como misterio de la habitación cerrada. Este misterio se centra en la resolución de un asesinato imposible, por haber ocurrido en un lugar del que el asesino no tenía posibilidad de escapar.
Destacan El hombre hueco (The Hollow Man, 1935), El tribunal de fuego o La cámara ardiente (The Bunring Court, 1937) y Advertencia al lector (The Reader is Warned, 1939). Muchas de sus novelas tienen personajes ingleses y se desarrollan en contextos británicos. Sus detectives más conocidos son el Dr. Gideon Fell y el señor Henry Merrivale. El primero, considerado la mejor de sus creaciones, está inspirado en G. K. Chesterton, tanto por su físico como por su personalidad.
Sus novelas se caracterizan por la fuerza atractiva del enigma, que parece imposible de descifrar. Muchas de ellas contienen un componente oscuro, o incluso siniestro, con alusiones a lo sobrenatural. El autor no renuncia a los finales ambiguos, tan excepcionales en este género. En algunas de sus historias, el lector se ve interpelado hasta el punto de sentir que puede verse implicado en la trama. Destacan la calidad literaria de sus descripciones, la creación de atmósferas opresivas y el agudo análisis de las situaciones problemáticas.
Gilbert Keith Chesterton
(Londres 1874 – Beaconsfield 1936)
Admirable polígrafo, cultivó todos los géneros: ensayo, biografía, historiografía, lírica, teatro, novela y cuento. Inventó inolvidables laberintos, crepúsculos y paradojas. Fue, además, un consumado maestro del humor más inteligente que, en muchas ocasiones, aplicó su agudeza a realizar una crítica conservadora de los supuestos avances del mundo moderno en el orden de la moral.
En el ámbito de la ficción policial destacan los cinco volúmenes de relatos que dedicó al Padre Brown (The Innocence of Father Brown, 1911; The Wisdom of Father Brown, 1914; The Incredulity of Father Brown, 1926; The Secret of Father Brown, 1927; The Scandal of Father Brown, 1935), aunque no se pueden olvidar los que conforman El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew too much, 1922) y la extraordinaria novela El hombre que fue jueves (The Man Who Was Thursday, 1908). Sus misterios dejan entrever pesadillas oscuras y depravadas que, a la postre, se resuelven de forma sorprendente. Sus investigaciones se desmadejan siguiendo los principios del alma humana y pocas veces a partir de indicios materiales. En sus historias el pequeño sacerdote católico se aventura en busca de una redención comprensiva y devota del delincuente. La obra de Chesterton lleva a la cumbre literaria la narración detectivesca.
Anthony Berkeley Cox
(Waldorf, 1893 – Londres, 1971)
Estudió en la Universidad de Oxford. Participó en la Primera Guerra Mundial. Se dedicó al periodismo durante muchos años. Trabajó para revistas humorísticas, como Punch y The Humorist, para la revista literaria John O’London’s Weekly, y para los periódicos Daily Telegraph, Sunday Times y The Guardian.
Fue una figura fundamental en el desarrollo del género de la literatura detectivesca. Miembro fundador del Detection Club. Publicó toda su obra entre 1925 y 1943. Escribió algunas novelas bajo los pseudónimos Francis Iles y A. Monmouth Platts. Su novela Before the Fact fue adaptada al cine en 1941 por el cineasta Alfred Hitchcock bajo el título Suspicion. Destacan títulos como El caso de los bombones envenenados (The Poisoned Chocolates Case, 1929), El crimen de las medias de seda (The Silk Stokings Murders, 1928) o Premeditación (Malice Aforethought, 1931)
Aportó al género hondura y refinamiento psicológicos y creó un detective atípico e inolvidable: Roger Sheringam. Sus novelas se caracterizan por la agudeza intelectual y el sentido del humor. Las tramas son entretenidas, aunque a veces carecen de acción. Destaca la presencia de diálogos ingeniosos, haciendo uso de la ironía, de la sátira e incluso de la parodia. Algunas de sus novelas incluyen agudas reflexiones sobre el género detectivesco y sobre la técnica utilizada por el propio autor. Exhibió gran destreza intelectual y una extraordinaria habilidad para la constitución de sorprendentes rompecabezas criminales.
Nicholas Blake
(Irlanda 1904 – Hertfordshire 1972)
Es el seudónimo del prestigioso poeta y ensayista Cecil Day-Lewis. Se educó en Oxford y en su juventud formó parte del círculo de Auden. Su poesía, muy valorada en sus días, transitó de las vanguardias al clasicismo formal. Fue lector en Cambridge y profesor de Literatura en Oxford y Harvard. La Corona lo nombró Poeta Laureado del Reino Unido en 1968.
En los años treinta se decidió a escribir novelas policíacas por diversión y por dinero. Los amantes del género agradecemos esta desviación caprichosa del destino. Sus novelas muestran la vertiente más desgarradora y lírica de la tradición inglesa del whodunit. Los personajes que pueblan sus páginas, de marcado carácter trágico, acarrean con su personalidad como con un destino sombrío. Inventó al detective Nigel Strangeways, de la tradición de los refinados, pero más estoico que epicúreo. De entre sus obras maestras, La bestia debe morir (The Beast Must Die, 1938) es la más popular.