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Chesterton y el método
Un asunto de generalizaciones, paradojas y alegorías
Por Manuel Navarro Villanueva Publicado en Ensayos y Monografías en 16 octubre 2020 Un comentario 19 min lectura
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La inclinación hacia la lógica, que no se siente mientras predomina el estado de ánimo místico, se reafirma al desvanecerse ese estado, pero con un deseo de retener esa lucidez que desaparece, o por lo menos de demostrar que era lucidez, y que lo que parece contradecirla es ilusión (…) Si nuestra lógica debe encontrar inteligible el mundo ordinario, no debe serle hostil, sino estar inspirada por una auténtica aprobación que no se encuentra habitualmente entre los metafísicos.

Bertrand Russell, Misticismo y lógica

Se ha sugerido en alguna ocasión que el método del padre Brown era eminentemente inductivo. [1] Esto se afirma por contraposición al procedimiento de, por ejemplo, Sherlock Holmes, el cual se identifica por norma general con la deducción. Este aserto es tan erróneo como iluminador. A pesar de no ser acertado por completo, asociar al personaje de Chesterton con la inducción no deja de revelarnos algunos rasgos de la forma ―siempre sorprendente― en la que el conocido clérigo inglés da con la explicación de los misterios y encuentra al culpable del crimen.

Comenzaremos aclarando algunos términos generales en relación con los distintos tipos de razonamiento. Después trataremos de sacar algunos conclusiones del método de Chesterton a la luz de lo anterior.

Deducción, abducción e inducción. Las tres vías

– Llamamos deducción ―o razonamiento deductivo o inferencia deductiva― a un tipo de razonamiento en que la conclusión se deriva de forma lógicamente necesaria de las premisas. En efecto, se parte de dos premisas ―una de mayor alcance y otra de menor alcance― para llegar a una conclusión que es necesariamente correcta, incluso si las premisas son falsas. Veamos dos ejemplos de deducciones correctas, una partiendo de premisas verdaderas, otra de premisas falsas:

Todos los revolucionarios usan uniforme

Mussolini no usaba uniforme

Conclusión:

Mussolini no era revolucionario [2]      

Otro ejemplo con más visos de realidad:

Todas las judías de esta bolsa son blancas

Estas judías son de esta bolsa

Conclusión:

Estas judías son blancas [3]

Nótese que en las deducciones se pasa habitualmente de lo general a lo particular.

– Por inducción entendemos al razonamiento en el que se parte de casos particulares para llegar a una generalización más o menos probable. De las premisas no se sigue necesariamente la conclusión, por tanto, la inferencia nunca puede ser válida desde el punto de vista de la lógica. En la práctica, si se usa con rigor, [4] el argumento inductivo es fundamental en las ciencias empíricas. Tomemos el ejemplo anterior de Aristóteles vuelto del revés y tendremos una inducción:

Estas judías son de esta bolsa                              

Estas judías son blancas                                        

Conclusión:

Todas las judías de esta bolsa son blancas

También lo sería la célebre paradoja de Hempel:

Todos los cuervos vistos hasta ahora son negros

Conclusión:

Todos los cuervos son negros [5]

– Ahora bien, ¿cómo trabaja el razonamiento detectivesco? Tenemos claro que, cuando lo que se busca es descubrir la identidad de un criminal, el método tiene que ir de lo general a lo particular, nunca al revés. Por tanto, parecería que la inferencia policíaca debe ser siempre deductiva. Esto no es tan fácil.

Veamos un ejemplo canónico. Se trata del célebre momento en que Sherlock Holmes traba conocimiento con su conspicuo evangelista, el doctor Watson:

He aquí el curso de mi razonamiento: «Tengo ante mí a un caballero con aspecto de médico, pero con un inequívoco aire marcial. Se trata pues de un médico militar. Acaba de llegar de los trópicos, porque está muy bronceado y ese no es el tono natural de su piel, ya que sus muñecas son blancas. Ha pasado apuros y enfermedades, como lo evidencia su macilento rostro. Le han herido en el brazo izquierdo. Lo mantiene rígido y de manera un tanto forzada. ¿En qué lugar de los trópicos ha podido pasar muchos apuros, y ser herido en el brazo, un médico del ejército inglés? Evidentemente, en Afganistán». (A. Conan Doyle, Estudio en escarlata)

Para este tipo de razonamientos, Ch. S. Peirce acuñó el término abducción. [6] Se trata de, a partir de unos hechos, conjeturar la explicación más probable, la cual se conoce como hipótesis o conjetura. Dado que, en el ejemplo, Watson reúne toda una serie de características que presentaría un médico venido de Afganistán, podemos conjeturar que, lo más probable es que así sea. Lo contrario sería una casualidad fuera de toda lógica. El método habitual de Holmes es partir de esta hipótesis para luego confrontarla con la realidad y confirmarla definitivamente. Este es, en general, el proceder de los detectives de las novelas.

Nótese que tras estos razonamientos se puede hallar implícitas una serie de deducciones:

Watson parece médico

Watson tiene aire marcial

Todo sujeto que parezca médico y tenga aire marcial es médico militar

Conclusión:

Watson es médico militar

No entraremos aquí en esta polémica. Podemos concluir, eso sí, que principalmente el método detectivesco es la deducción o la abducción.

También las narraciones policiales de Chesterton, por supuesto, siguen los pasos de toda la tradición policial. Siendo esto así, ¿por qué podemos afirmar que el padre Brown, su más célebre investigador, utiliza el método inductivo?

De la generalización a la paradoja. Chesterton

Hemos dicho que el razonamiento inductivo consiste en realizar generalizaciones a partir de los datos de la experiencia. En muchos casos dichas generalizaciones ―que adquieren la forma de «todos los…», «todo aquel que…»― se convierten en la premisa mayor de una deducción. Pensemos en el ejemplo anterior extraído de las aventuras de Sherlock Holmes. La premisa «Todo sujeto que parezca médico y tenga aire marcial es médico militar» no es sino una afirmación a la que Holmes ha llegado por lo que se suele considerar «conocimiento del mundo», es decir, observación de la realidad.

Imagen del cuento «La cruz azul» tomada de Pol Cómic

Lo peculiar de Gilbert Keith Chesterton es que dichas generalizaciones, que conducen a sus investigadores a deducir la resolución del misterio, se hacen explícitas, suponen un diagnóstico sutil acerca del alma humana y, la mayor parte de las veces, se expresan en forma de ingeniosas y sorprendentes paradojas. En ese sentido es en el que podemos asegurar que el método inductivo es particularmente importante en el caso del orondo polígrafo inglés. El padre Brown transita los caminos de la deducción y de la abducción tanto como el mejor de los detectives y es tan observador y sagaz como cualquiera de sus antecedentes o continuadores en el mundo del relato criminal. Lo peculiar de su caso es que ejecuta estos razonamientos guiado por un conocimiento profundo de las contradicciones que se esconden en el espíritu de los mortales.

Su detective más renombrado es, como adelantábamos, el padre Brown, [7] un cura anodino, de rostro ovalado, figura rechoncha y modales suaves. En uno de sus primeros relatos le oímos partir de las siguientes afirmaciones:

Aquí, como en todo, hay que comenzar por abstracciones. Habrán ustedes notado que la gente nunca contesta a lo que se le dice. Contesta siempre a lo que uno piensa al hacer la pregunta, o a lo que se figura que está uno pensando. («El hombre invisible» en El candor del padre Brown)

El mejor sitio para esconder una hoja es un bosque. Si no hay un bosque a mano, lo mejor es fabricarlo. («El signo de la espada rota» en El candor del padre Brown)

Las observaciones del párroco pueden adquirir el matiz macabro de las comedias que pierden su sentido:

Si yo alguna vez matara a alguien, creo que sería a un optimista. A la gente le gusta reír con frecuencia, pero no creo que le guste una sonrisa permanente. La alegría sin humor es algo terrible (…) Es una religión cruel. («Las tres herramientas de la muerte» en El candor del padre Brown)

En otras ocasiones, consideraciones generales acerca del trasfondo psicológico de la virtud se imponen como el camino más cierto en la búsqueda de la verdad, una verdad de corte metafísico muy a menudo:

La humildad es madre de los gigantes. Desde el valle se aprecian muy bien las eminencias y las cosas grandes. Desde la cumbre sólo se ven las cosas minúsculas.  («El martillo de Dios» en El candor del padre Brown)

Hay que saber mucho para equivocarse voluntariamente, como el diablo (…) Las cosas completamente opuestas no pueden nunca luchar. («El duelo del dr. Hirsch» en La sabiduría del padre Brown)

Los paganos siempre flaquean por su fuerza. («El ojo de Apolo» en El candor del padre Brown)

Lo que más tememos es un laberinto sin centro. Esa es la razón por la cual el ateísmo no es más que una pesadilla. («La cabeza del César» en La sabiduría del padre Brown)

Ilustración de Javier Olivares para «El padre Brown al completo», Editorial Valdemar

Observaciones similares le llevan a exonerar a los inocentes; la tolerancia del sacerdote se tinta con destellos humorísticos al tratar de las debilidades inofensivas del prójimo:

Para un artista las cosas siempre tienen un punto de vista desde donde se ven hermosas y aceptables. («El espejo del magistrado» en El secreto del padre Brown)

Los ladrones de diamantes no disertan sobre el socialismo. («Las estrellas errantes» en El candor del padre Brown)

No solo encontramos este recurso en los extraordinarios relatos del sacerdote católico. En otras narraciones, Chesterton guía el pensamiento de sus personajes más originales de forma similar. El imprescindible y perturbado Basil Grant, un juez retirado del servicio que resuelve jocosos misterios en El club de los negocios raros (The Club of Weird Trades, 1905), afirma:

—Mis queridos amigos —dijo Basil echando una bocanada de humo—, no olviden nunca dos hechos esenciales. El primero es que así como cuando se hacen conjeturas acerca de un hombre cuerdo, la cosa más cuerda es la probable, cuando se hacen conjeturas sobre un hombre que, como nuestro huésped, no está en su juicio, la cosa más probable es la más disparatada. El segundo es que no hay que olvidar nunca que la verdad literal parece siempre fantástica. («La singular especificación del agente de fincas» en El club de los negocios raros)

Mr. Pond (The Paradoxes of Mr. Pond, 1936) es un gris funcionario que desvela el significado de las historias más extrañas observando la naturaleza profunda de la conducta humana. Le oímos expresarse de este modo:

Una vez conocí a dos hombres que llegaron a estar tan completamente de acuerdo que lógicamente uno mató al otro. («Cuando los médicos están de acuerdo» en Las paradojas de mr. Pond)

Los hombres siempre revelan exactamente sus propósitos… pero sobre todo cuando los ocultan. («El hombre indecible» en Las paradojas de mr. Pond)

En la naturaleza hay que buscar en un nivel muy inferior para encontrar cosas que lleguen a un nivel superior. («El terrible trovador» en Las paradojas de mr. Pond)

El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1922) es, quizá, la colección de cuentos más desesperanzada y amarga de Chesterton. En sus páginas, un apático y extravagante investigador llamado Horne Fisher, una especie de agente secreto relacionado con las altas esferas de la política y la diplomacia, se ve mezclado en casos de asesinato que siempre consigue resolver. El tono es amargo porque en ellos no hay redención. El camino de la verdad en este mundo no es un camino de salvación. A Fisher le debemos también algunas sentencias rotundas e inspiradas:

Las personas suelen creer la explicación más prosaica. Algo romántico y legendario se convierte así en algo reciente y normal. Y de alguna manera eso hace que todo suene más o menos razonable, aunque en realidad resulte que la razón no sostiene ni por asomo tal teoría (…) Simplemente se tragan su escepticismo por el mero hecho de serlo. La mentalidad moderna nunca aceptaría nada a la fuerza, pero en cambio aceptaría cualquier cosa siempre que no haya coacción de por medio. («El agujero en el muro» en El hombre que sabía demasiado»)

Dejándose conducir por estas generalizaciones, los detectives chestertonianos acaban concluyendo ―de forma deductiva― que, una vez descartada la hipótesis sobrenatural [8], la explicación del enigma solo puede ser una.

Cabría hacerse un cuestionamiento sobre el origen. Quizá estas ideas sobre el género humano sean el germen de las afortunadas historias que las ilustran. Quizá las narraciones ―rebosantes de humoradas sutiles y planteamientos asombrosos― no sean sino una excusa para exponer de forma original dicho conocimiento, que habría sido atisbado con anterioridad por el autor. De este modo, la literatura criminal se acerca a la alegoría.

Ahora bien, ¿de dónde extrae el padre Brown dicho conocimiento? El pequeño cura es un intérprete del alma humana y de sus manifestaciones. Siguiendo el hilo de De Quincey, pero exento de su cinismo, no deja de considerar el crimen un fruto artístico de la creación humana.

—Un delito —continuó lentamente— es como cualquier obra de arte. No se extrañe usted de lo que digo: los crímenes y delitos no son las únicas obras de arte que salen de los talleres infernales. Pero toda obra de arte, divina o diabólica, tiene un elemento indispensable, que es la simplicidad esencial, aun cuando el procedimiento pueda ser complicado. («Las pisadas misteriosas» en El candor del padre Brown)

El padre Brown parte del conocimiento del alma que le proporciona la confesión. Conoce el crimen porque conoce al criminal:

—Pero, ¿cómo diablos está usted al cabo de tantos horrores? —gritó Flambeau.

La sombra de una sonrisa cruzó por la cara redonda y sencillota del clérigo.

—¡Oh, probablemente a causa de ser un borrico célibe! —repuso—. ¿No se le ha ocurrido a usted pensar que un hombre que casi no hace más que oír los pecados de los demás no puede menos de ser un poco entendido en la materia? («La cruz azul» en El candor del padre Brown)

Escarba en su misma condición humana para extraer la clave del comportamiento. Todo hombre, incluido él mismo, esconde un monstruo. Si buceamos hasta encontrar nuestra bestia interior, alcanzaremos a entender la que se oculta en el prójimo.

—Soy un hombre —contestó gravemente el padre Brown—. Por consecuencia, todos los diablos residen en mi corazón. («El martillo de Dios» en El candor del padre Brown)

El criminal es un creador. Frente a su obra, el padre Brown aplica el método hermenéutico. Se mete en su piel e interpreta la obra desde la perspectiva del autor. Él mismo lo explica en un célebre pasaje, en el que el diminuto curilla perseguidor de almas es interrogado acerca de su método:

El secreto es —dijo, y se detuvo como si no pudiera continuar. Minutos después recuperó el habla para decir:

—Vea usted: fui yo quien maté a todas esas personas.

—¿Cómo? —interrogó el otro con un hilo de voz en medio de un silencio expectante.

—Verá usted, yo mismo los asesiné —explicó el Padre Brown pacientemente—. De este modo comprenderá el porqué sabía yo cómo se desarrollaron los hechos (…) Yo mismo había planeado cada uno de los asesinatos cuidadosamente —prosiguió el Padre Brown—. Me había imaginado con todos los pormenores cómo se podía llegar a semejante cosa y en qué estado mental podría hacerse. Y cuando estuve completamente seguro de que el asesino había sentido lo que yo, entonces, naturalmente, sabía quién era.

»Lo que yo quiero decir es que pensé y pensé de qué manera podría un hombre llegar a ser así, hasta que me daba cuenta de que yo mismo era de aquella manera, en todo, menos en aceptar el consentimiento formal de la acción. Me lo sugirió una vez un amigo mío como ejercicio religioso. Me parece que él lo debió sacar del Papa León XIII, por quien siempre sentí una gran debilidad.

»¿Cuándo dicen que el detectivismo es una ciencia? ¿Cuándo dicen que la criminología es una ciencia? Ellos se refieren a la que estriba en salirse del hombre y estudiarlo como si fuera un insecto gigante; mantenerlo dentro de lo que ellos dirían una luz fría e imparcial; en lo que yo diría una luz muerta y deshumanizada. Quieren decir llevárselo lejos como si fuera un criminal, como si fuese un animal prehistórico, asombrándose ante la forma de su cráneo de criminal, como si fuera una clase de vegetación inverosímil, semejante al cuerno sobre la nariz de un rinoceronte. Cuando el científico habla de un tipo, no se incluye nunca a sí mismo, sino a su vecino. Probablemente a su vecino más pobre. No niego que algunas veces la luz fría produzca buenos efectos, aunque, en cierto modo, resulta el inverso de la ciencia. Por cuanto que es conocimiento, resulta la supresión de todo aquello que conocemos. Es tratar a un amigo como a un extranjero, y se llega a pretender que una cosa familiar es algo remoto y misterioso. Es como si se dijera que un hombre tiene una proboscis entre los ojos o que cada veinticuatro horas sufre un ataque de insensibilidad. Bueno, pues, eso a lo que usted llama el secreto, es exactamente lo contrario. Yo no intento eludir al hombre. Lo que yo intento es meterme dentro del asesino… en verdad… ¿No ve usted que esto es mucho más que lo otro? Me meto dentro de un hombre. Siempre estoy dentro de uno, muevo sus brazos y piernas; pero espero y trabajo hasta hallarme dentro de un asesino, pensando sus pensamientos, acunando sus pasiones; hasta que logro vivir en su postura encogida y su odio concentrado; hasta que veo el mundo con sus mismos ojos ensangrentados y entreabiertos asomando por entre las rendijas de su abstracción medio loca, corriendo tras de la perspectiva de un callejón recto que desemboca en un pozo de sangre; hasta llegar a ser un verdadero asesino («El secreto del padre Brown» en El secreto del padre Brown)

Así pues, partimos de la clave hermenéutica ―interpretativa― para alcanzar conclusiones acerca del espíritu ―generalizaciones descendientes de la inducción― que se encarnan indefectiblemente en asombrosas paradojas.

En los albores de la edad moderna Nicolás de Cusa caracterizó a la divinidad como coincidencia de contrarios (cointidentia oppositorum), componiendo de este modo la más explícita expresión de la contradicción trascendental que se haya trazado en occidente.[9]

La divinidad es lo uno y lo múltiple; todo y nada al mismo tiempo. Hemos visto las afirmaciones paradójicas de Chesterton como vehículo de conocimiento del ser humano.[10] En ocasiones, estas paradojas se nos aparecen como meros recursos retóricos («Ese singular destello, a la vez una confusión y una transparencia, en que consiste el extraño secreto del Támesis…») o juegos de ingenio («A menudo las mujeres van con tanta prisa que no llegan nada lejos»), pero cabría preguntarse si la paradoja chestertoniana no es sino la ilustración plástica de la condición contradictoria del Creador, que encuentra analogías hasta en los detalles más nimios de su obra.


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