Tenemos el arte para no morir de la verdad.
Friedrich Nietzsche, Fragmentos póstumos
Publicada en 1929, The Poisoned Chocolates Case es la novela más famosa del escritor británico Anthony Berkeley. Se trata de una de las creaciones más sorprendentes, arriesgadas y placenteras del género.
La historia comienza nada menos que con una reunión del Círculo del Crimen, una especie de club privado constituido por seis personas. Los miembros de tan selecta organización son expertos, devotos y degustadores de los placeres estéticos e intelectuales que depara la investigación criminal. Esta original forma de diletantismo, la admiración por el crimen perfecto, nos trae a la mente de inmediato la genial ironía del maestro De Quincey.
El Círculo está presidido por Roger Sheringham, el detective aficionado que protagoniza la mayoría de las novelas de Anthony Berkeley. En la última reunión del club, un inspector de policía ofrece a los miembros del círculo los datos de los que se dispone en relación con un caso de asesinato que ha quedado sin resolver. Hay tres personas involucradas: Sir Eustace, el receptor de una caja de bombones, los cuales resultaron estar envenenados; Mr. Bendix, que acepta los bombones que le ofrece el señor Eustace para regalárselos a su esposa; y Mrs. Bendix, quien ingiere una dosis de dulces que resulta mortal.
El presidente del Círculo propone que cada uno de los miembros del grupo intente resolver el caso individualmente usando todos los medios de los que disponga para sus pesquisas y sin comunicar a los demás sus descubrimientos. Después de un plazo, volverán a reunirse para, durante un periodo de seis días, ir exponiendo uno por uno sus teorías y justificando sus conclusiones. Finalmente comunicarán a la policía los resultados.
El caso de los bombones envenenados es una novela detectivesca que constituye a la vez un ensayo y una reflexión llena de humor sobre la literatura de este género y sobre la importancia que tienen en su elaboración tanto el razonamiento lógico y las pruebas materiales como el análisis psicológico de los personajes.
Los demás miembros han prestado atención a las pruebas psicológicas y materiales en proporciones variables. Luego, los métodos utilizados para sustentar cada teoría han sido diametralmente diferentes. Algunos de nosotros hemos utilizado casi exclusivamente el método inductivo, otros el deductivo, y otros, como Mr. Sheringham, una combinación de ambos. En resumen, la investigación propuesta por nuestro presidente ha sido una instructiva lección de investigación comparada.
La relevancia de la psicología de los personajes que intervienen en la historia criminal es evidente en la medida en que para cometer un asesinato tiene que existir un móvil y este es sin duda un hecho psicológico que debe ser aclarado. Sin embargo, la originalidad de la obra se debe en parte a que muestra de un modo práctico cómo la psicología del propio detective, no ya la del criminal, influye de manera decisiva en el desarrollo de la investigación y en los resultados. Dependiendo de qué información considere relevante el investigador, de cómo la interprete y del método que decida emplear, llegará a unas conclusiones u otras. Conclusiones que serán generalmente aceptadas mientras no queden refutadas por algún nuevo descubrimiento o se ofrezca una teoría alternativa mejor fundada.
Si me concede tiempo, estoy dispuesto a probar en forma igualmente convincente que el culpable es el arzobispo de Canterbury o Sybil Thorndike (…) o quien quiera en este mundo cuyo nombre les interese (…) No he dicho nada que no sea verdad. Pero no he dicho toda la verdad. El testimonio artístico, como todo testimonio, es simplemente una cuestión de selección. Si sabemos qué incluir y qué omitir, es posible probar lo que se quiera en términos totalmente convincentes.
Mediante explicaciones teóricas y ejemplos prácticos de lo más interesantes, pues son relativos al caso de los bombones envenenados, en esta novela se comparan diferentes medios de aproximación a la verdad, señalando las ventajas e inconvenientes de cada uno de ellos. Al mismo tiempo, se iluminan de manera performativa las dificultades ―cada vez más evidentes― para alcanzar la verdad en el terreno de las acciones humanas. O, más concretamente, lo que se subraya es la imposibilidad de asegurarse de que se está efectivamente ante la verdad y no simplemente ante una hipótesis plausible más ingeniosa o atractiva.
Por supuesto, esas dificultades se deben en parte a que el tipo de verdad que persigue la investigación criminal es la explicación correcta de un acontecimiento pasado que es irrepetible. Cuando se trata de explorar fenómenos puramente físicos, los hechos pueden reproducirse reconstruyendo la situación original en la que tuvieron lugar. Eso nos permite corroborar en el laboratorio, por ejemplo, las hipótesis que hemos elaborado. Sin embargo, los sucesos que interesan al criminólogo o al detective son por naturaleza únicos, singulares e irrepetibles. Precisamente porque en ellos intervienen elementos psicológicos ―y porque los sujetos experimentales son seres con memoria, inteligencia y voluntad―, cualquier intento de reproducirlos está condenado al fracaso. Ello significa que dichos acontecimientos permanecerán en el pasado para siempre. De hecho, es bien sabido que ni siquiera la confesión del crimen constituye una prueba definitiva de culpabilidad.
A excepción de Sir Charles, que es abogado, todos los miembros del Círculo son escritores. Ello promueve a su vez una una crítica de los métodos usados por los autores de novelas criminales y, en especial, una reflexión sobre el método que usa el autor en la novela que nos atañe.
Con frecuencia he observado que en los libros de este género se supone de antemano que un hecho admite solamente una determinada solución, que es invariablemente la correcta. Nadie, con excepción del detective favorito del autor, es capaz de llegar a dicha solución, y cuando la descubre, invariablemente tiene razón (…) Pienso dedicarle mi próximo libro, Mr. Chitterwick. Del problema planteado, mi detective derivará seis conclusiones contradictorias. Probablemente terminará por arrestar a setenta y dos personas por el delito de asesinato, y finalmente se suicidará, cuando descubra que él mismo es el autor del crimen.
Con sentido del humor, Anthony Berkeley alude a través de uno de sus personajes a su propia creación. El caso de los bombones envenenados es una obra de ingeniería y de inteligencia, una auténtica exhibición de habilidad para construir rompecabezas y para conducir al lector por donde menos se lo espera. Puede que en cierto sentido este sea el crimen del que el autor se descubre culpable en la cita anterior. Tal vez con esta novela haya herido de muerte a la literatura detectivesca. Un crimen que, puesto que es producto de la libertad humana, constituye al mismo tiempo una obra de arte.
Por supuesto, el lector de esta obra tiene ocasión ―y sin duda se ve animado a ello― de elaborar su propia teoría sobre el caso de los bombones envenenados y de comprobar cómo esta se desmorona o sale victoriosa. Pero no debe celebrar por anticipado su triunfo. Tal vez el autor sea capaz de sorprenderlo con una solución todavía más ingeniosa.
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