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Los secretos de Oxford  
Dorothy L. Sayers
Por Manuel Navarro Villanueva Publicado en Reseñas en 14 octubre 2021 0 Comentarios 4 min lectura
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Inocencia primera, abolida en deseo

                                          Luis Cernuda

En ocasiones se ha criticado la vertiente más inglesa de la novela criminal, la llamada «novela enigma», achacándole falta de profundidad en sus personajes y carencia de un compromiso auténtico con la realidad del momento. Se la ha juzgado negativamente por su falta de realismo, en resumen [1].

Los secretos de Oxford, publicada Gaudy Nights en 1935, parece haber sido escrita para demostrar lo contrario. En un momento de la trama, oímos a Lord Peter Wimsey decirle a Harriet Vane [2]:

Tendrías que abandonar las historias como rompecabezas y escribir un libro sobre seres humanos, para variar.

La señorita Vane es la protagonista de la historia. Escritora de policiales y una de las primeras mujeres licenciadas en Oxford, es un trasunto indudable de la propia autora. Pocas novelas del género habrán alcanzado mayor complejidad en la caracterización psicológica de un personaje. El conflicto fundamental de la obra es interno y se alimenta de dudas, miedos y perplejidades. Harriet Vane es débil y es inmensa; es latosa y es sublime y es mordaz. Es, a fin de cuentas, real.

La escritora vuelve a su college, a su universidad, y se ve envuelta en un misterio. Sus profesoras, sus compañeras, ella misma, fueron las primeras mujeres que se abrieron camino en Oxford, en el mundo moderno, las primeras que llamaron a las puertas de la tan manida sociedad del conocimiento. Fueron las primeras eruditas, que se debaten en un mar de incertidumbres.

Junto a las puertas había montoncitos de platos sucios para que las criadas los recogieran y los fregaran. Y zapatos. En las puertas había tarjetas con sus nombres: señorita H. Brown, señorita Jones, señorita Colburn, señorita Szleposky, señorita Isaacson… Tantas incógnitas, tantas futuras esposas y madres de la raza, o bien tantas potenciales historiadoras, científicas, maestras, médicas, abogadas… según qué se considerase más importante, una cosa u otra.

El testimonio de una generación desconcertada. Sus preocupaciones y sus inquietudes constituyen un verdadero fresco social. Se trata de las hijas de la guerra. Mujeres atadas a la tradición y con una sagacidad intelectual que fue alimentada por una educación especialmente exigente con ellas por ser mujeres. Inhibición y restricciones. El progreso desconcierta y la reacción moral no se hace esperar. Las vemos debatirse una y otra vez:

A veces pienso si a muchas de nosotras no nos hubiera venido bien un poco de sana maldad.

Para la protagonista, la vida de Londres representa la confusión; Oxford, en cambio, es el orden. Londres vive bajo el imperio del sentimiento; Oxford es el templo del conocer. El drama de la Harriet, su lucha interna entre razón y pasión, se materializa en el misterio del caso: en su college, en el «centro calmo» de la frialdad científica que supone la ciudad universitaria, el crimen introduce un componente de desorden terrible. No nos enfrentamos con un asesinato simple, comprensible; al contrario, asistimos turbados al espectáculo de una locura inexplicable, sin sentido.

Borges observó que la novela policiaca representa la búsqueda de equilibrio en el desconcierto del mundo moderno. Por eso este es un policial extraño. No hay orden, hay caos: caos en la mente de Harriet; caos en el college; caos en la investigación del misterio.

Los misterios de Oxford dinamita las convenciones del género detectivesco en más de un sentido. La intriga policial avanza muy despacio y queda en un segundo término. Es algo secundario, como también el detective representa un personaje accesorio y prescindible. Los pormenores de la investigación son anodinos y la sensación que nos transmite es más de agobio que de suspense. La morosidad con que avanza la trama ―interrumpida una y otra vez por digresiones situadas en el pensamiento de Harriet― no pueden sino provocar cierta impaciencia en el lector que busca un relato criminal.

Puede que nos hallemos, por tanto, ante un mal policial; no nos cabe duda, sin embargo, de que se trata de una gran novela.

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