menu Menú
El misterio de los hermanos siameses
Ellery Queen
Por Noemí Calabuig Cañestro Publicado en Reseñas en 14 septiembre 2020 0 Comentarios 6 min lectura
El misterio del asesino del más allá Anterior El tribunal de fuego Siguiente

Así llegó hasta las gargantas del Ténaro y las profundas bocas de Dite, y penetró hasta los negros y pavorosos bosques donde están los manes y el tremendo rey, y aquellos corazones que no saben ablandarse con humanos ruegos.

Virgilio, Georgicas, Libro IV.

Publicada bajo el sello Ellery Queen, El misterio de los hermanos siameses (The Siamese Twin Mystery, 1933) ocupa el séptimo lugar entre las obras tramadas por la pareja de autores constituida por Frederic Dannay y su primo Manfred Bennington Lee. Se trata de una de sus más logradas y emocionantes novelas.

Ellery Queen es el seudónimo de este binomio de novelistas. También es el nombre del protagonista de sus creaciones, un escritor de libros de misterio que ayuda a la policía de Nueva York a resolver casos de homicidios. En esta ocasión, Ellery regresa  de unas vacaciones en Canadá en compañía de su padre, el inspector Richard Queen. Atraviesan en su viejo coche la zona montañosa de Arrowmountain en los Estados Unidos, cuando un incendio les cierra el paso y se ven obligados a dar la vuelta. A causa del viento, el fuego trepa por la ladera a sus espaldas. Los Queen se ven obligados a ascender por el único camino disponible, que se dibuja empinado hacia la cima de la montaña, y a refugiarse en una sombría y solitaria mansión. El principio ―in medias res― es digno de Sherlock Holmes y del mejor folletín. Una lección magistral del uso del suspense y de la creación de atmósferas.

Los investigadores son acogidos en la vivienda con reticencias. La casa se eleva en un paraje solitario, pedregoso e inhóspito. Las personas que la habitan ocultan algo y la presencia de los dos viajeros viene a poner en riesgo el inestable equilibrio que existe entre ellos.

El dueño de la mansión es un médico de prestigio que se ha retirado a ese lugar inaccesible para llevar a cabo sus experimentos sin que lo molesten. Sus investigaciones no son precisamente convencionales. Inevitablemente al lector le viene a la cabeza la sobrecogedora historia de H. G. Wells, La isla del doctor Moreau. La atmósfera se vuelve todavía más extraña cuando uno de los detectives descubre que hay un ser rondando por la casa que no parece humano y apenas animal. 

―Sí, sí, horroroso; pero ¿qué era? ―La verdad es que no lo sé exactamente ―el inspector parecía perplejo― Si tú o alguien cualquiera, puede describir la…, la Cosa esa horrenda que vi, si me la explica de algún modo, te juro que llamo a los loqueros sobre la marcha. ¡Cáscaras! ―explotó―. No tenía aspecto de ser humano, ¡eso te lo puedo jurar!

Las descripciones de los personajes son de una nitidez y una viveza extraordinarios. Inmediatamente se comprende la razón de ser de cada uno de ellos. Nadie sobra en la trama, ni siquiera el individuo más grosero:

Hubiera jurado que Smith tenía miedo de aquella pequeña dama de Washington. ¿Por qué, entonces había aquel terror en los ojos de ella? ¡Era demasiado pensar que se tuvieran miedo mutuamente! Aquella enorme y hostil criatura, que parecía el eslabón perdido con alguna cultura primitiva en sus maneras y en su forma de hablar, y esa educadísima dama, de la buena sociedad…

La muerte irrumpe en lo cotidiano. En un entorno cargado de sospechas, se filtra paulatinamente lo grotesco y lo deforme.

Los sospechosos no tardan en descubrir que se hallan atrapados en la mansión, en lo alto de la montaña, entre el precipicio, que cae abrupto a sus espaldas, y el fuego, que no deja de ascender imposible de controlar. El terror a morir asfixiados se superpone al de estar recluidos con un asesino. El calor, el humo y el cansancio cada vez son más intensos. El ambiente resulta asfixiante. Se trata de una especie de catábasis. Un viaje a un infierno que ha sido invertido, pues a este se accede mediante un camino ascendente.

El humo les rodeaba ya todo el tiempo, haciéndoles parecer condenados en un infierno regentado por un Satanás especialmente cínico.

Estamos ante un ejemplo perfecto de lo que podríamos llamar «crimen de grupo encerrado». Diez negritos, La ratonera o Muerte en el Britanic, en años posteriores, seguirán la estela de este tipo de misterio con gran éxito. Por supuesto, la situación facilita las pesquisas, al reducirse el número de sospechosos a un pequeño grupo de personas, pero introduce una amenaza permanente e ineludible.

Encontramos también el recurso del mensaje del moribundo. La víctima ha pretendido señalar a su asesino haciendo un último esfuerzo antes de morir. El descubrimiento de una señal en el cadáver agudiza el ingenio de los investigadores, que pronto exhibirán su destreza intelectual. Richard Queen es un policía de la vieja escuela, inteligente, pero de procedimientos rutinarios y anticuados. Ellery es capaz de ver las cosas de otra manera, con una mente despierta e imaginativa que recorre los caminos menos transitados del raciocinio, lo que ahora la jerigonza psicopedagógica ha dado en llamar «pensamiento lateral». Los elementos terroríficos, combinados con el humor que introduce la pareja de detectives, dejan trazas de parodia en la novela.

La dualidad es otro elemento que recorre la obra añadiéndole un trasfondo siniestro: dos detectives, dos muertos, dos pistas, dos hermanos siameses, etc. El cuadro se completa con la alusión al inconsciente y a reacciones o enfermedades psicológicas basadas en la teoría psicoanalítica. Podemos imaginar que esta historia nació de un mal sueño. Un autor que se despierta con sensación de ahogo y dos imágenes en la cabeza: unos hermanos siameses y un anillo.

La intensidad dramática del desenlace nunca ha sido igualada. El inframundo terrible solo podrá ser abandonado cuando el pecado se redima, cuando la bestia pague por sus crímenes. Al final, solo queda la certeza amarga de haber rozado el horror con la punta de los dedos.


Últimas entradas

La muerte de Jezabel

Nos encontramos, así, ante una novela que narra una venganza y un crimen teatral. Al mismo tiempo, y aunque parezca increíble por lo público del asesinato, es una variante rocambolesca del misterio de la habitación cerrada. Aunque dicha habitación sea un escenario y esté a la vista de cientos de personas. Magistral, ¿no?

Los secretos de Oxford  

«Los secretos de Oxford» supuso un notable intento de ir más allá de las convenciones de la novela detectivesca. Es psicológica y social en primer término; policial y misteriosa, en segundo.

La casa torcida

«La casa torcida» es la menos convencional de las obras maestras salidas de la pluma de Agatha Christie. Su autora siempre la prefirió frente a las otras. Se trata de una novela triste, de atmósfera opresiva y trágica. Pocas veces la reina del misterio había ahondado tanto en las relaciones humanas. Nunca el resultado fue tan desolador.

Crímenes teatrales (I)

El mundo teatral siempre ha resultado una fuente prolífica de crímenes para la ficción detectivesca. Pocos son los autores que no se han dejado seducir por las candilejas de un modo u otro. En el caso de la novela policíaca de la Golde Age este vínculo se hace especialmente notorio por distintos factores técnicos y profesionales.

catábasis dualidad Ellery Queen grotesco grupo encerrado mensaje del moribundo


Anterior Siguiente

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Para dejar tu comentario debes aceptar nuestra política de privacidad y protección de datos. Muchas gracias.

Este sitio esta protegido por reCAPTCHA y laPolítica de privacidady losTérminos del servicio de Googlese aplican.

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Cancelar Publicar el comentario

keyboard_arrow_up