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El misterio del asesino del más allá
Robin Forsythe
Por Manuel Navarro Villanueva Publicado en Reseñas en 21 septiembre 2020 Un comentario 5 min lectura
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COSME: ¿No hay duendes?  DON MANUEL: Nadie los vio.   COSME: ¿Familiares?  DON MANUEL: Son quimeras.   COSME: ¿Brujas?  DON MANUEL: Menos. COSME: ¿Hechiceras?   DON MANUEL: ¡Qué error! COSME: ¿Mágicos?  DON MANUEL: Es necedad. COSME: ¿Nigromantes?  DON MANUEL: Liviandad.  

                      Pedro Calderón de la Barca, La dama duende

Hubo autores en la Golden Age que intentaron dotar al género policial de una nueva pátina, intelectual y literaria; otros, por el contrario, herederos de la vertiente más aventurera de la tradición, se dedicaron a trazar historias emocionantes y divertidas sin más pretensiones. Entre los primeros se encuentran, como es sabido, Dorothy L. Sayers y Michael Innes; entre los segundos, el autor que nos ocupa: Robin Forsythe.

Sherlock Editores ha tenido la venturosa idea de rescatar del olvido El misterio del asesino del más allá (The Spirit Murder Mistery, 1936), quizá la narración más lograda de Forsythe. Su lectura nos depara placeres nada desdeñables.

La novela destila emoción, amateurismo, sentido del humor y ganas de disfrutar de la aventura. Aquellos años previos a la Segunda Guerra Mundial fueron un contexto hermoso. Los autores ingleses recreaban crímenes terribles que hacían las delicias de los detectives aficionados que poblaban sus páginas y de sus lectores. Entre verdes campiñas, macizos de rododendros, bólidos veloces, foxtrot y mansiones señoriales, los cadáveres se convertían en un elemento decorativo más; la investigación, en un deporte. La edad de la pérgola y el tenis, como decía el poeta. Se trata de la estela de Phillip Trent y del entrañable Matrimonio de sabuesos de Agatha Christie. Luego vendrían los bombardeos sobre Londres y las historias policíacas no podrían sino mirar atrás con la sensación de contemplar un paraíso perdido.

El misterio del asesino del más allá empieza con una sesión de espiritismo. Recuérdese que los escritores de la generación anterior fueron aficionados a estas cuestiones. Conan Doyle creía en los espíritus y en las hadas. Wilkie Collins utilizó el recurso del hipnotismo sin rubor. En nuestra novela lo sobrenatural se toma como punto de partida y la propuesta no deja de ser tentadora y subyugante:

Permaneció sentado escuchando las laboriosas inhalaciones y exhalaciones de Eileen, preguntándose si habría entrado en eso que llamaban «trance». Se estaba empezando a poner nervioso. Todo estaba tan quieto y la situación era tan desconcertante… Estaba convencido de que algo horrible iba a materializarse delante de sus ojos. Decidió mantener un control firme sobre sí mismo, con todas sus facultades alerta. Se enfrentaría al fenómeno que fuese con auténtico espíritu científico. No dejaría que algo tan infantil como el pánico fuera más fuerte que él… Además, ¿qué tenía que temer? Eileen parecía tranquila. No había ni rastro de miedo en su comportamiento. Pero a lo mejor estaba inconsciente… en ese estado cataléptico de las médiums…

Escuchó atento. Su respiración ahora era rítmica. ¿Se habría quedado dormida? No pudo resistir la tentación de preguntárselo.

—¿Estás despierta, Eileen? —susurró.

—Sí. ¡Calla y escucha con atención! —contestó ella con una voz extraña, muy diferente a la suya habitual.

Sir John Thurlow sintió un súbito brote de pánico.

Pero hay que jugar limpio. Como en El sabueso de los Baskerville o en La dama de blanco, la explicación debe ser racional. El prodigio, por tanto, es solo una pieza más del misterio que se debe desentrañar. Al arranque fantástico le sigue un asesinato verdadero e incomprensible.

Dos hombres aparecen muertos en un mismo páramo una mañana de verano. Uno de ellos, Sir John Thurlow, con la cabeza aplastada; el otro, Clarry Martins, víctima de un disparo en el pecho. Ambos enamorados de la misma dama. Sir John había desaparecido de forma inexplicable de su casa un par de días antes, tras haber establecido un supuesto contacto con los espectros del más allá.

El encargado de investigar el caso es un simpático periodista-detective que usa lupa: Algernon Vereker. Este, acompañado de su inseparable y frívolo ayudante, Manuel Ricardo, sigue las pistas de la trama derrochando tanto dinero como buen humor. Se trata de una narración ágil, de diálogos cinematográficos y juveniles,  planteamiento sencillo y ritmo rápido.

El método de Vereker es, sobre todo, el de la pieza descolocada: hay algo que falla en la puesta en escena del crimen. Dos rivales por el amor de una mujer aparecen muertos. A primera vista, se han matado el uno al otro. Por supuesto, algo no cuadra en la teoría inicial. ¿Dónde está la gorra de Sir John Thurlow? ¿Cómo salió de su biblioteca? ¿Acaso se desmaterializó, como propone su sobrina Eileen, la preciosa espiritista?

El aire despreocupado e intrépido de esta historia nos transporta a las novelas que leíamos en la primera adolescencia. Cómics de agentes secretos, Tintín, Las aventuras de la mano negra y Los tres investigadores. Entre aquellas páginas todos jugábamos a ser detectives. Nos reinventábamos un poco a nosotros mismos.

El misterio del asesino del más allá nos devuelve algo de aquella felicidad que se componía de huellas en el barro y túneles secretos.


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  1. ¡Muchísimas gracias por la reseña! Nos ha encantado lo bien explicada que está, el contexto que habéis dado, lo mucho que controláis y os gusta el tema. No perderemos de vista vuestra web, ha pasado a ser nuestra favorita number one 😉

    El equipo Sherlock 🕵️

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