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Prueba de nervios
Richard Hull
Por Noemí Calabuig Cañestro Publicado en Reseñas en 14 abril 2021 0 Comentarios 12 min lectura
Asesinato en la mansión Darwin Anterior Una larga sombra Siguiente

Tras el éxito obtenido con El asesinato de mi tía (The Murder of my Aunt, 1934), Richard Henry Sampson, bajo el seudónimo de Richard Hull, decide explorar las posibilidades de ese subgénero de la literatura detectivesca que acababa de brindarle la posibilidad de dedicarse por completo a la literatura: el policial inverso. Lo analiza, lo disecciona, lo retuerce y lo estira. Fruto de este experimento son algunas de sus siguientes novelas, de entre las cuales cabe destacar Murder isn’teasy (1936) y Mi propio asesino (My Own Murderer, 1940).

En Prueba de nervios (A Matter of Nerves, 1950), la novela que nos ocupa, lleva este subgénero literario hasta el límite de su propia disolución.

Se aplica el calificativo de policial inverso a las novelas de misterio que revelan la identidad del asesino al principio de la historia, convirtiéndolo generalmente en el protagonista. Como en el policial clásico, en el inverso suele haber una investigación que, en ocasiones, cobra una importancia central. Sin embargo, no nos enteramos de sus progresos mediante el departamento de policía o por un investigador oficioso, sino a través de la mirada del criminal, curiosamente el más interesado en que las pesquisas fracasen.

En este bastardo de la literatura detectivesca, la psicología del asesino cobra una importancia central y el lector suele acabar identificándose con él, viviendo el riesgo, disfrutando del peligro, ansiando y temiendo por igual el momento en que será descubierto. Son precisamente esa incertidumbre y esa tensión las que dan valor a la obra, que se convierte en un thriller. Ya no se trata de desenmascarar al asesino, sino de averiguar cómo se las apañará para salir airoso de una situación cada vez más complicada. Al detective, aficionado o profesional, no tiene por qué faltarle perspicacia. El círculo de sospechosos se va cerrando alrededor del protagonista. ¿Logrará finalmente salvarse o lo descubrirán y condenarán? Ese es el quid de la cuestión.

¿Qué clase de novela es Prueba de nervios? Sorprendentemente, conjuga las virtudes del policial clásico y del inverso. Por imposible que parezca, Prueba de nervios es al mismo tiempo una historia detectivesca de misterio e investigación, que mantiene al lector en la ignorancia hasta el final, y la truculenta confesión de un asesino que se dirige al público en primera persona para informarle de sus tropelías y reflexiones.

¿Cómo consigue ofrecer esta doble perspectiva en apariencia irreconciliable? La novela comienza con una descripción detallada, vívida, e incluso podría decirse que morbosa, de un brutal asesinato, narrada en primera persona por el propio criminal.

Exactamente de la misma forma como yo lo había visto con los ojos de la imaginación, la sangre corrió gradualmente por su rostro y se desparramó por sus hombros, esos hombros encorvados, pero potentes, de cuya fuerza él estaba tan excesiva y absurdamente orgulloso, y por el fuerte pecho velludo. Pronto la sangre alcanzó el viejo trozo de rienda que siempre acostumbraba atarse a modo de cinturón y posiblemente se habrá detenido en la parte superior de los pantalones, porque cuando trabajaba como en ese momento, quedaba desnudo hasta la cintura.

El asesino se dirige al lector, pero oculta su nombre, su profesión y hasta el motivo que lo empujó a matar a John Hanah, el carnicero del pueblo, de un hachazo en el pescuezo. No obstante, queda claro cómo lo hizo y por qué se vio obligado a modificar su plan inicial y a deshacerse del cadáver de manera tan poco honrosa.

A continuación, el narrador explica que relatará los hechos que sucedan a aquel acontecimiento, pero lo hará en tercera persona, como si él fuera un personaje más de la historia al que no podremos identificar con facilidad. Al menos, se cuidará de que su identidad no sea deducible a partir de lo que este personaje sabe o de lo que ignora, ni tampoco de sus vaivenes emocionales. Estamos, por tanto, ante un narrador interesado y poco fiable que juega con el lector a un doble juego, el de la confesión y el del acertijo. La novela, así, combina el horror y el suspense del policial inverso con el placer del jeroglífico, propio de la tradición detectivesca.

Haré, pues, un informe detallado, muy completo pero muy desapasionado, y por razones obvias no diré quién soy. Escribiré, sobre todo, incluso sobre mí mismo en tercera persona (…)

Es mejor que diga en seguida que la mía ha de ser una reconstrucción novelada de hechos de los que he sido actor; pero cuál fue el papel que desempeñé realmente, es otro asunto. No quedará muy claro cuando escriba sobre algo de lo que conozco en detalle, ni cuando emplee una imaginación viva y clara. Quienquiera que lo lea podrá hacer sus conjeturas, pero ¿estará seguro de que son acertadas? Y si lo está, ¿podrá probarlas?

El autor consigue así su doble propósito: despertar en el lector la curiosidad por descubrir la verdad mediante un juego intelectual y alentar el miedo al terrible desenlace. Como en cualquier novela whodunit, se incluirán pistas o indicios que el lector sagaz deberá interpretar si quiere descubrir al asesino antes que el detective. Al mismo tiempo, igual que en el típico thriller, el lector acompañará al narrador protagonista en algunas aventuras y padecerá con él, eso sí, sin estar nunca convencido de su identidad.

El asesino de Prueba de nervios no se arrepiente de lo que ha hecho ni da muestras de excesiva sensibilidad. Interrumpe ocasionalmente la narración como impidiendo que lo olvidemos, como diciendo: «aquí estoy»:

Una cosa es clara. Debo conocer todo cuanto se refiere a esta aldea. Debo saber todo cuanto ocurre y lo que todos piensan y no debo permitir que algo suceda sin conocer los detalles, sin saber quién lo hace y por qué.

Después de leer esta última frase, preguntarme «¿por qué?» es ir demasiado lejos. ¿Cuántas veces puede uno preguntar por qué? Aun si uno conoce las causas principales de sus propias acciones, ¿cómo puede adivinar qué impulsa a las de los demás? Yo sé por qué maté a John Hannan. Se lo merecía. Se cruzaba en mi camino y trataba de estorbarme cada vez más. Haberlo degollado, como a un buey, con su propia hacha, era lo más natural y razonable. Sé también por qué cambié de propósito y dispuse de él como lo hice, aunque fue más ameno y divertido que razonable. Convenía más al buen humor de mi naturaleza subconsciente, que gusta desafiar al mundo, que a mi razón»

El cinismo del narrador es chocante, pero ello no supone un obstáculo para comprenderlo, ni siquiera para simpatizar con él y ponerte en su pellejo. Por el contrario, la falta de sensibilidad tiene sus ventajas. En primer lugar, ofrece al asesino la posibilidad de pensar con claridad. Un criminal atormentado cometería errores evidentes y un protagonista torpe o inútil solo resulta atractivo en la comedia. Debe reconocerse, no obstante, que esta historia de contenido macabro y narración distendida adquiere por momentos tintes cómicos. Por otro lado, la mencionada asepsia permite al lector reflexionar sobre las motivaciones de los personajes y especular sobre las que mueven al criminal sin el velo empañado del sentimentalismo.

Una vez más, Richard Hull construye un personaje vanidoso, rayano en lo mezquino, frío y despiadado, pero que resulta al mismo tiempo digno de compasión. Recuerda por algunas trazas al calculador Mr. Ripley de Patricia Highsmith o al perturbado John George, de Andreu Martín. El primero sin duda más elegante y el segundo más persistente que el protagonista de Prueba de nervios, pero todos ellos presas de un infantilismo patológico, de una cierta inocencia para el crimen que resulta conmovedora.

En realidad, comete el crimen porque se aburre. El tono es cáustico y despiadado. Hull se regocija con el cinismo, encuentra el lado divertido a la miseria moral. Sus personajes, que creen ser superhombres, no son sino peleles que, a ojos del lector, terminan siendo meros esperpentos.

Los diversos sistemas de racionamiento y de controles han hecho de por sí más ampliamente provechosas las actividades del ladrón en artículos de precio bajo. Han facilitado su venta porque nadie tiene sentimientos morales sobre esto. Al otro extremo de la escala, ha tenido el mismo efecto la inflación o el temor de ella. Si se agrega que la fuerza policial está desguarnecida y sobrecargada, es manifiesto que el momento actual es el indicado para dedicarse a la entretenida ocupación de robar.

No ando con rodeos para decir que es entretenido. Como tampoco me opongo a su descripción clara y directa con los nombres que se debe darle. Si uno no es sincero consigo mismo, no tendrá ocasión de engañar a los demás. Ni siquiera sabrá qué desea ocultar.

En el momento en que descorría el pestillo de la puerta, de la ventana o de lo que fuese, y me abría camino sin hacer ruido por algún paso que había elegido previamente, jamás dejaba de emocionarme y de sentir esa sensación de superioridad sobre el resto del mundo que es la sal de la vida.

La acción transcurre en Losfield End, una pequeña aldea situada a una hora de Londres, en los años del desabastecimiento de posguerra. Los días siguientes al asesinato reina en el pueblo un exceso de calma desconcertante, especialmente porque el asesino está alerta y preparado para cualquier imprevisto. Hace tiempo que nadie ve a John Hannah, pero ello no despierta sospechas ni parece inquietar a los vecinos, tal vez porque el carnicero tiene la sana costumbre de desaparecer esporádicamente durante algún tiempo. Además, en la pequeña localidad hay otros asuntos mucho más dignos de acaparar las conversaciones de sus habitantes: Smee, el ganadero, ha perdido unas cuantas vacas y terneros en plena época de escasez y racionamiento, lo que ha llamado la atención del Ministerio, que ha mandado a un inspector para investigar el caso; el estridente campanario de la iglesia ha dejado de funcionar y es muy probable que el mecanismo haya sido saboteado; los negocios de Benson, un hombre del que nada se sabe, y sus escapadas semanales a Londres continúan siendo un misterio que azota las mentes inquietas de los curiosos vecinos; uno de los habitantes de Losfield End, cuya identidad permanece oculta, se dedica a airear los trapos sucios de la comunidad en los periódicos de Londres; y, para mayor indignación de los tertulianos, ha habido algunos robos en el vecindario.

El lector siente que tal vez estos asuntos en apariencia divergentes acaben convergiendo en algún punto y revelándonos una pista importante acerca del autor del crimen. El narrador, por su parte, no se asombra del interés que suscitan estos asuntos pueriles, pues nada de lo humano es ajeno a sus incautos vecinos. Es consciente incluso del incuestionable beneficio que le reporta mantener a la opinión pública entretenida con fruslerías. Y, sin embargo, su insufrible vanidad se siente herida. Lo oímos lamentarse: ¿qué hay más emocionante que un asesinato? ¿Por qué no chismorrean sobre el carnicero? ¿Por qué nadie tiene la tentación de investigar?

Me pregunto cuándo empezarán a suceder realmente las cosas. Por cierto, que es posible (y deseable) que jamás; que la desaparición de John Hannan se dé por hecho y nadie averigüe. He escrito que eso sería deseable, pero sería absurdo. En este caso quiero jugar con fuego o, si prefieren ustedes la metáfora, pararme muy cerca del centro del torbellino y dirigir la tormenta.

El asesino consigue realmente que nos calcemos sus zapatos, que experimentemos su inquietud, su angustia, su desesperación y hasta su insomnio.

Para mí ésta es la parte más diabólica. Cuando empecé a escribir los acontecimientos de hoy estaba muy seguro de que se levantaría el telón, pero ahora no. Una vez más tengo que soportar esta incertidumbre que tortura los nervios. Quiero evadirla… y, sin embargo, no. Deseo que las cosas se produzcan.

Un hallazgo en apariencia insignificante en el jardín del párroco hace saltar la liebre. La policía acude a Losfield End y el inspector Morrison, o la «garza dolorida», pues así es como lo llama el narrador de la historia debido a su flaca complexión y a lo afilado de sus rasgos, comienza los interrogatorios. La tensión y el temor irán en aumento.

Una estructura imposible, un narrador perverso, un rompecabezas por resolver. Todo ello convierte a Prueba de nervios en una experiencia única.

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